La Andragogía y los nuevos horizontes de la Educación Superior
Los retos que nos plantean la sociedad transcompleja y el mundo globalizado impulsan a repensar cuál deberá ser la Misión y la Visión de la educación superior, de manera específica de las universidades.
Como quedó dicho, el pensamiento complejo nos permite vislumbrar nuevos horizontes en los derroteros de las universidades, así como cambios profundos que la impulsen hacia metas de crecimiento y de desarrollo organizacional. Esa nueva praxis universitaria no crece ni se estimula sin la participación activa de factores determinantes que confieran a los procesos académicos giros insospechados en sus aspectos filosóficos, epistemológicos, teleológicos y metodológicos.
La Andragogía, como la ciencia de enseñar a los adultos, se nos presenta como una posibilidad cierta de enrumbar el quehacer de los actores del proceso educativo —entiéndase ahora: facilitadores y participantes—, hacia mayores y mejores derroteros. Creemos en una Andragogía, no como muchos la perciben: cambios “cosméticos” dentro de un aula que propendan a unas clases más dinámicas y entretenidas, con las que ambos estén “satisfechos”, sino como un proceso complejo, denso, que incluye cambios en todos los órdenes del acontecer individual, intelectual, universitario, social y planetario, así como la interrelación e integración de potencialidades, técnicas, esfuerzos, metodologías, estrategias, filosofías, actitudes, aptitudes, pensamientos, corrientes e influencias, para el logro de un Ser integral, ganado para la civilidad, y para la vida en una sociedad diversa, dinámica, cambiante y compleja.
Ahora bien, para que todo ello sea posible se hace necesario un cambio de mentalidad, un cambio paradigmático. No es posible dar un giro de 180 grados a un proceso que tiene varios siglos de tradición
El marco de la sociedad transcompleja es el escenario ideal para dar el paso hacia una nueva universidad sobre la base de una concepción andragógica. La interacción plena entre los diversos elementos que hacen vida dentro de la institución, así como su vinculación con el entorno (social, ecológico y planetario), constituyen pivotes en la consecución de la denominada —según la perspectiva de Morin, (Ibíd.)— multidimensionalidad de la realidad planetaria, de la interacción, de la solidaridad entre factores, de la conjunción entre los diversos procesos que conforman su totalidad, de su visión universal del mundo y de sus circunstancias puntuales y globales.
La Andragogía, como intérprete de la complejidad del mundo y de la institución universitaria, se erige pues en vaso comunicante, en vínculo, en conector entre esas realidades diversas y convergentes a la vez. La educación superior no puede por lo tanto estar de espaldas a un mundo
diverso, denso, cuya complejidad e incertidumbre rebasa los linderos de un entendimiento paradigmático cartesiano que tiende a simplificar los fenómenos en su afán por estudiarlos y comprenderlos.
Ver la realidad con una simplicidad rayana en la ignorancia, es negarse a la esencia natural y sobrenatural del Ser humano. Es buscar en la superficie respuestas a inquietudes que sólo pueden ser dilucidadas, abordadas, estudiadas y analizadas cuando ahondamos en la profundidad pluridimensional y plurifactorial de un hombre y una mujer finitos, pero ganados para una eternidad. Es intentar rastrear en el suelo aquello que sólo puede ser asido, encontrado, hallado, en la cima de una montaña y por encima de ella.
napoleónica, por la simple y a la vez compleja circunstancia de un requerimiento de inserción en un mundo que cambió de rostro, de perfil y de fisonomía. Es por esto que la Andragogía se inserta dentro del proceso universitario con una fuerza insospechada, para que desde su episteme pueda incidir en la praxis académica para conferirle al proceso de enseñanza-aprendizaje, fluidez, horizontalidad, sinergia e íntima relación entre sus actores fundamentales, llevándolo de la mano hacia una vertiente de orientación-aprendizaje.
Una educación superior de cara a una sociedad transcompleja pretende rebasar sus propios límites teleológicos, para adentrarse en la entrega de una persona que, no sólo hace del mundo su propia casa y su escuela, sino que entiende a cabalidad la necesidad de ir hacia una cultura sustentada en el respeto por los otros y por el afianzamiento de la paz. Una educación superior que comprenda que la vida es una aventura incierta, una errancia, una eterna búsqueda de caminos y de preguntas, más que de respuestas.
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